Pensar rápido, pensar despacio - cómo y porqué caemos en las trampas de pensamiento
Nos gusta considerarnos seres racionales. Nos conviene percibir nuestras acciones, decisiones y opiniones como sumamente razonables y justificables, y a nosotros mismos como personas lógicas y coherentes. La capacidad de pensar de manera reflexiva, de sopesar los argumentos y de llevar a cabo complicados procesos cognitivos es, indudablemente, uno de los rasgos que nos distinguen de otras especies y nos permite funcionar y desarrollarnos en una realidad compleja. El ser humano dispone de inmensos recursos para explorar y evaluar el entorno en el que se mueve, aprender y utilizar su conocimiento de forma creativa. No en vano nos denominamos homo sapiens.
No obstante, esto es solo una cara de la moneda. Como demuestra la práctica y como lo han puesto de manifiesto los estudios y experimentos llevados a cabo a lo largo de las décadas en el marco de la psicología social y cognitiva, con notable frecuencia nuestra percepción y evaluación de la realidad, así como nuestras decisiones y elecciones, dependen de esquemas inconscientes. Los patrones automáticos de percepción y pensamiento, por un lado, nos simplifican la vida, ya que gracias a ellos reaccionamos más rápidamente, sin necesidad de recurrir a cada instante a un análisis meticuloso y exigente en términos de tiempo y energía. Por otro lado - nos hacen más propensos a cometer errores, cuyas consecuencias pueden ser costosas.
Daniel Kahneman, junto con su colega Aaron Twerski, es un autor de estudios pioneros en el campo de la psicología de la toma de decisiones, culminados por el premio Nobel de Economía. En su libro "Pensar rápido, pensar despacio" presenta su teoría, cuyo eje constituye la premisa de que la mente humana funciona a base de dos sistemas. El contraste entre el Sistema 1 - rápido y automático, y el Sistema 2 - consciente y reflexivo, es una simplificación intencional; una metáfora, que nos ayuda imaginativamente a comprender algunos de los mecanismos de nuestro razonamiento y evitar errores más evidentes.
Pensar rápido vs pensar despacio
Cada día, desde que abrimos los ojos hasta que nos quedamos dormidos, nos enfrentamos a numerosas tareas que debemos cumplir y decisiones que debemos tomar. La mayoría de ellas, incluso las más complejas, verbigracia: conducir un coche, hacer compras o formarnos una opinión sobre alguien, escapan a nuestra reflexión consciente. Simple y llanamente "sabemos". Según Kahneman, nos dejamos llevar por nuestra intuición con regularidad la que nunca habríamos admitido.
Un ejemplo excepcional del pensamiento rápido es la intuición experta - la capacidad de evaluar una situación prácticamente de inmediato y acertadamente, que lleva a una decisión oportuna como por arte de magia. Más que con magia, sin embargo, el fenómeno tiene que ver con la práctica: años de ejercicio permiten a un maestro de ajedrez "prever" la siguiente jugada de su contrincante o a un médico experimentado hacer un diagnóstico "a simple vista". El acceso al conocimiento profesional y las posibles soluciones - fruto de miles de casos estudiados - se traduce en una reacción rápida y automática. La intuición, a la que recurrimos en nuestro día a día, tiende a regirse por las mismas normas.
El pensamiento intuitivo es una de las vertientes del pensamiento rápido, basado en la automatización de procesos mentales complejos. Entre ellos, podemos mencionar la memoria, la percepción y el pensamiento heurístico, que podríamos resumir como "atajos mentales". Es lo que Kahneman denominó el Sistema 1.
En el extremo opuesto se encuentra el Sistema 2, que el autor identifica con el pensamiento lento, el cual implica un análisis consciente de la realidad, la reflexión y el cálculo. Estos procesos requieren una atención deliberada en el problema y un esfuerzo considerable.
La tesis planteada y respaldada en el libro por numerosos estudios indica que, por mucho que nos identifiquemos con el Sistema 2, es precisamente el Sistema 1 el que toma las riendas de la mayoría de nuestros actos y decisiones.
Sistema 1
- Es innato, inherente, no somos capaces de "apagarlo"
- Reacciona de la forma inmediata, automática, sin mayor esfuerzo y control por nuestra parte
- Es responsable de nuestros sentimientos, impresiones y premoniciones
- Es responsable de la percepción y los reflejos; centra la atención en estímulos repentinos
- Entiende mensajes sencillos; completa la información carente de manera automática
- Reconoce las señales interpersonales, como la expresión facial o tono de voz
- Asume lo que percibe como verdadero
- Reconoce y asume los estereotipos
- Se encarga en hacer asociaciones
- Permite ejecutar dos tareas a la vez
- Sirve para las tareas y elecciones rutinarias
- Opera en las comparaciones, metáforas; recurre a la experiencia personal y casos concretos
- Es susceptible a los atajos mentales y errores de razonamiento
Sistema 2
- Se desarrolla en el proceso de aprendizaje y depende de la madurez y aptitud del sistema de control ejecutivo
- Requiere una atención intencional y consume mucha energía
- Formula opiniones, convicciones, posturas y las justifica
- Puede centrar y mantener la atención en los asuntos concretos; detecta los matices y peculiaridades
- Se activa en las situaciones que percibimos como complejas, difíciles, exigentes, en las que el Sistema 1 no tiene soluciones preconcebidas
- Se centra en el análisis, hace cálculos y operaciones complicadas
- Cuestiona lo que parece obvio e inserta dudas
- Se encarga de la control de reacciones automáticas y de la autocontrol
- Comprueba y cuestiona los resultados del Sistema 1
- Requiere una atención plena e impide centrarse en más de una tarea a la vez
- Se activa cuando nos enfrentamos problemas nuevos e importantes
- Emplea al pensamiento lógico, formal y las reglas de la probabilidad
- Permite tomar las decisiones más adecuadas
La distinción entre dos sistemas o "secciones" de nuestro cerebro es, por supuesto, una reducción; en realidad ambos agentes están activos todo el tiempo en una interacción constante. Su funcionamiento armónico y fluido condiciona nuestro rendimiento efectivo con un óptimo uso de energía.
La energía mental, un recurso limitado
Kahneman hace uso del concepto - ampliamente comprobado - de la energía o los recursos mentales, que no son ilimitados. Nuestro cerebro, aunque representa aproximadamente un 2% de la masa corporal, consume alrededor del 20% de energía. El óptimo (es decir: el mínimo) uso de la energía puede considerarse un factor que garantiza la supervivencia de los organismos vivos. A lo largo de la evolución, los seres humanos han desarrollado una serie de mecanismos que les permitieran sobrevivir en un entorno peligroso y con recursos escasos. Cabría apuntar que las condiciones durante la mayor parte de la existencia de nuestra especie diferían sustancialmente de las que conocemos en nuestra actualidad. El acceso limitado e inseguro a la alimentación y los peligros físicos inminentes favorecían las respuestas rápidas. Entre los vestigios de nuestra ascendencia se encuentran los reflejos incondicionados a las señales de peligro y emociones como el asco, el miedo o la sorpresa, que ocurren antes de que nos demos cuenta del estímulo que las provoca. Además, las situaciones y personas familiares tienden a generar emociones positivas y se relacionan con el sentido de seguridad. El cerebro, para potenciar nuestras chances de supervivencia, ha adoptado estrategias tales como la estimación rápida y la reacción inmediata que permiten ahorrar tiempo y energía. Un análisis e interpretación detallados, aunque produzcan menos fallos, serían poco prácticos.
Los procesos mentales cuestan menos, cuanto más automatizados se vuelven. Precisamente, es de lo que se encarga el Sistema 1 - los esquemas innatos y aprendidos que utilizamos habitualmente y que funcionan la mayor parte del tiempo. La activación del Sistema 2 está asociada con el esfuerzo, que se puede observar en indicios como el aumento de la tensión muscular, la dilatación de las pupilas o la disminución de la glucosa en la sangre. Rigiéndose por la regla de menor esfuerzo, nuestro cerebro se sirve del Sistema 1 en cuanto pueda.
La concentración intencional, el mantenimiento de atención, el pensamiento analítico y abstracto, así como el intento contraintuitivo de considerar opciones inusitadas o refutar soluciones que nos vienen de buenas a primeras, requieren esfuerzo. La supresión de las respuestas automáticas exige un grado de autocontrol.
Nuestra aptitud para recurrir a un sistema u otro depende de varios factores. Por un lado, es una función de rasgos individuales relativamente constantes; por otro, está sujeto al estado en el que nos encontramos. Las personas con el cociente intelectual más alto estarán más predispuestos a utilizar el Sistema 2. No obstante, incluso más predictivo que la inteligencia será el autocontrol. Individuos más "disciplinados", que cuentan con mayor tolerancia a la frustración y dispuestos a posponer la gratificación, serán más proclives al pensamiento crítico y racional. En cambio, la impulsividad y un sistema de control ejecutivo menos desarrollado influyen en la propensión a incurrir en los atajos del Sistema 1. Factores físicos y ambientales también pueden mermar el autocontrol, especialmente cuando representan una carga para el organismo. El hambre, la falta del sueño, el cansancio o la embriaguez desembocan en las respuestas más estereotipadas e irreflexivas. Una sobrecarga de tareas, cada una representando un desafío para el Sistema 2, disminuye la capacidad de enfocarnos en ellas y puede llevar al "agotamiento del ego". En este estado, la falta de energía afecta procesos como la atención o el pensamiento lógico, la motivación baja, el autocontrol afloja las riendas y la impulsividad toma el mando.
La concentración prolongada en una tarea compleja y difícil generalmente se percibe como molesta. Sin embargo, existe una excepción: el "estado de flow", descrito por el psicólogo Mihaly Csikszentmihalyi. Es una condición de un enfoque profundo y máximo en una tarea específica, que ocurre sin esfuerzo alguno y se asocia con una sensación de felicidad. Es la "experiencia óptima", en la que nos enfrascamos por completo, perdiendo la noción del tiempo y olvidando el mundo externo.
En líneas generales, el Sistema 2 está dominado por el Sistema 1, y numerosos estudios han demostrado las manifestaciones de esta condición. lo que ha permitido establecer algunas reglas básicas sobre cómo funciona nuestro cerebro.
Cómo pensamos y por qué la racionalidad es una ilusión
En primer lugar, es importante destacar la inclinación de nuestro cerebro a generar asociaciones. Es como una verdadera "máquina de asociaciones" y le resulta difícil no hacerlas. Pensamos basándonos en las ideas, que actúan como nudos de una extensa red llamada memoria asociativa. Cada una de ellas (concepto, nombre, adjetivo, verbo etc.) está vinculada, en mayor o menor medida, a otras ideas. La activación de una de ellas conduce inexorablemente a la activación de otras tantas y así sucesivamente. Es un proceso en gran parte inconsciente, que escapa a nuestro control voluntario.
La segunda premisa principal nos dice que una buena parte de los estímulos que condicionan nuestro pensamiento, no la registramos de manera consciente. No dependen de nosotros y ni siquiera nos damos cuenta de que pueden influir en qué y cómo razonamos. Los resultados de los estudios, sin embargo, no nos dejan ilusiones: nuestros procesos mentales dependen muy a menudo de estímulos completamente aleatorios, como sonidos, imágenes, palabras, olores etc. Fuera de la recepción consciente, provocan una cadena de reacciones, que finalmente se traducen en nuestra conducta. Este concepto se resume en lo que se conoce como priming, que implica que la exposición a un estímulo nos condiciona a una acción o respuesta asociada con este estímulo, moldeando nuestros comportamientos y actitudes.
En tercer lugar, nuestro cerebro tiende a crear una imagen de la realidad que sea más aceptable para nosotros, es decir: coherente, plausible, ajustada a nuestra experiencia y familiar. El mundo en el que nos movemos es bastante complejo y lo que percibimos, muchas veces es incompleto, ambiguo o impreciso. Para facilitar nuestro funcionamiento en el entorno físico y social, nuestro cerebro se dedica a complementar la información faltante (inventándola) y categorizar las percepciones de manera que encajen con nuestras ideas preexistentes. La sensación de que "todo encaja" nos brinda el sentido de seguridad y está relacionada con las emociones positivas. Por el contrario, la incertidumbre, la ambigüedad y la falta de claridad generan tensión, frustración y desconfianza. Nos conviene que la realidad sea familiar y somos propensos a confiar en lo que ya conocemos. Este fenómeno tiene una explicación evolutiva y nos ayuda a comprender muchos de los mecanismos, que se oponen a nuestro concepto de la racionalidad.
El fenómeno de la mera exposición, descrito por Robert Zajonc, nos muestra que el simple hecho de ser expuestos a un estímulo, aunque no seamos conscientes de ello, provoca una actitud positiva hacia ese estímulo y todo lo que está asociado con el en nuestra mente. Cuanto más frecuentemente se de la exposición, más estaríamos dispuestos a aceptarlo. Por lo tanto, cuando escuchamos una frase repetida varias veces, nos parece una pura verdad y nos cuesta trabajo cuestionarla.
El mantenimiento y la actualización de nuestra - coherente y confortable - imagen de la realidad es tarea del Sistema 1. Es él quien se dedica a asociar los hechos, incorporar nueva información a nuestra red de conceptos, categorizarla e inventar historias plausibles. Con base en ellos, formulamos interpretaciones de los acontecimientos y expectativas sobre el futuro. Elaboramos esquemas de sucesos verosímiles y convincentes. El Sistema 1 es susceptible de creer en todo a pies juntillas y de confirmar lo que "ya sabemos". El problema radica en que lo que "sabemos" son meras impresiones, que afirmamos con los argumentos que fabricamos posteriormente. Un ejemplo de esta tendencia a "la coherencia exagerada" es el efecto halo, el cual consiste en la inclinación de atribuir a una persona, a la que asignamos un rasgo, una serie de características asociadas en nuestro juicio con dicha faceta.
En cuarto lugar, relacionada con nuestra predilección por identificar y elaborar patrones, queda la tendencia de encontrar la causalidad. Tendemos a asumir que dos acontecimientos yuxtapuestos guardan una relación de causa y efecto. Nuestro cerebro "estereotipado" no tolera muy bien la aleatoriedad. Buscamos conexiones y motivos, ya que nos proporcionan un sentido de coherencia. Es un proceso automático e innato; ya los bebés son capaces de percibir una secuencia de los eventos como causa y consecuencia. Es más: a los factores que percibimos como causantes, los atribuimos la intencionalidad y finalidad.
Por último, nuestro cerebro es experto en llegar a conclusiones y lo hace aunque no tenga las premisas suficientes. Kahneman describe un fenómeno llamado WYSIATI - "lo que se ve es todo lo que hay". A grandes rasgos, es una tendencia a ignorar tanto la calidad como la cantidad de las pruebas que podrían contribuir a una mejor evaluación de una situación, así como las leyes de la lógica y la probabilidad, a fin de mantener nuestra agradable e intuitiva imagen coherente .
En resumen, hemos adquirido una capacidad insólita para utilizar atajos mentales; todo para ahorrarnos el esfuerzo de un análisis profundo. Si no disponemos de los elementos necesarios, los inventamos; si una pregunta es demasiado compleja, la sustituimos por otra, más complaciente. Este procedimiento lleva el nombre de heurísticas cognitivas. Por un lado, es un mecanismo muy económico con efectos reconfortantes, pero por otro, puede llevar a errores cuyas consecuencias pueden ser negativas tanto para el individuo como para la sociedad.
En conclusión, según se desprende del libro, nadie está a salvo y todos estamos, en mayor o menor grado, predispuestos a incurrir en atajos y errores de pensamiento. Aunque sería inadmisible y tampoco realista tratar de desprenderse de ellos por completo, el reconocimiento de los mecanismos de nuestra mente nos puede servir como punto de partida para mejorar nuestra toma de decisiones y evitar crasos errores.