En busca de sentido del... Sentido

11.06.2023

   La pregunta sobre el sentido de la vida es uno de los mayores dilemas de la humanidad. Es una cuestión fundamental que nos ha inquietado durante siglos. Cuando reflexionamos sobre el sentido de nuestra existencia, nos referimos a nosotros mismos, a nuestro papel en la sociedad, nuestras acciones, experiencias pasadas y futuras.

     ¿Tiene sentido la vida? ¿Cuál es el sentido de nuestra existencia? ¿Realmente tiene sentido cuestionarse sobre el sentido de la vida? Afortunadamente, podemos responder a esta última pregunta con total certeza: sí.

     La reflexión sobre el sentido de nuestra existencia y nuestras acciones a menudo surge en momentos importantes: cuando nos enfrentamos a la muerte, cuando planeamos nuestro futuro, cuando pensamos en nuestro papel en el mundo, cuando dudamos de la finalidad de nuestros esfuerzos o perdemos la motivación para actuar. La duda y la búsqueda son características profundamente humanas. Podemos suponer que ninguna otra criatura, aparte del ser humano, se pregunta sobre estas cosas y, sin embargo, vive. Desde el punto de vista de la evolución, la vida en sí misma es un sentido, y su prolongación es el objetivo de la naturaleza, que nos ha dotado — y a cada ser vivo — de un conjunto de herramientas y mecanismos que aseguran su permanencia: el instinto de supervivencia y reproducción, el emparejamiento, la formación de grupos y el cuidado de otros.

     Al hablar del sentido de nuestra vida, a menudo nos referimos a algo diferente: su significado, algo que le otorga contenido, dirección y da una sensación de realización.

     No es tan obvio, especialmente en nuestro mundo contemporáneo, en el que — paradójicamente — tenemos más oportunidades de reflexionar sobre la finalidad y el significado de nuestra existencia. Los psicólogos han señalado durante mucho tiempo una crisis en este ámbito, cuyos síntomas son la epidemia de problemas de salud mental relacionados con la ansiedad y la depresión, así como el aumento del número de suicidios en sociedades occidentales desarrolladas. Nuestra cultura y estilo de vida promueven el individualismo y contribuyen a la deterioración de valores como la familia, la religión o el sacrificio por una causa. Estos valores, por un lado, y la necesidad de centrarse en satisfacer las necesidades básicas en el otro, brindaron a nuestros antepasados una sensación de finalidad y sentido. En otras palabras, al asegurar hoy la satisfacción de las necesidades básicas (las de los niveles más bajos de la pirámide de Maslow, como refugio, alimento, seguridad) y careciendo de roles impuestos por la sociedad o señales morales, nos perdemos en el vacío que nos rodea. El padre de la psicología existencial, Victor Frankl, vio en el hallazgo de un sentido de vida propio e individual la única salvación ante la amenaza de ser consumido por este vacío, y las investigaciones contemporáneas confirman esta hipótesis. Las personas cuya vida está guiada por un objetivo y que tienen una sensación de sentido son más estables, menos vulnerables a los efectos negativos de experiencias vitales adversas y del estrés, tienen mayor motivación, son más perseverantes y — paradójicamente — son más felices, a pesar de que no es su prioridad.

     El paradoja de la búsqueda de la felicidad que se destaca en la cultura actual es que cuanto más nos concentramos en ella, menos probabilidades tenemos de encontrarla. El mensaje omnipresente de que la felicidad es el objetivo más alto, que cada uno puede y debe ser feliz, preferiblemente siempre y sin interrupciones, conduce a expectativas poco realistas y frustración. Además, favorece la concentración en uno mismo y en estados momentáneos de placer. La felicidad es un estado altamente individual y, por su naturaleza, efímero, mientras que el sentido trasciende la experiencia personal y es más estable en el tiempo.

     La búsqueda del sentido y la búsqueda de la felicidad no tienen por qué excluirse mutuamente; más bien, se trata de dónde ponemos el énfasis: en la vida "aquí y ahora" y para nosotros mismos, o si la vemos desde una perspectiva más amplia — temporal y socialmente.


     ¿Qué significa el sentido desde la perspectiva de la psicología? ¿Es equivalente a establecerse un objetivo?
Emily Esfahani es una de las investigadoras que ha dedicado sus estudios a examinar este tema y ha realizado cientos de entrevistas para encontrar respuestas a la pregunta: ¿qué brinda la sensación de que la vida tiene sentido, cómo se expresa y cuál es su impacto en el funcionamiento psicológico de la persona? Según la autora, existen tres condiciones clave para tener la sensación de que nuestra vida tiene sentido: en primer lugar, la conciencia de que nuestra vida tiene valor y significado; en segundo lugar, encontrar algún propósito en la vida; y en tercer lugar, la convicción de que el mundo es coherente y coherente.

     ¿Cómo se traduce esto en la práctica? ¿Podemos trabajar para que nuestra vida tenga sentido para nosotros? ¿Significará lo mismo para cada persona? La autora ha construido un modelo del sentido que consta de cuatro dimensiones, las cuales pueden manifestarse en diferentes configuraciones dependiendo de la persona y no siempre tienen que estar presentes todas. Cuanto más fuertes y más abundantes sean estas dimensiones, mayor y más estable será nuestra sensación de sentido en la vida:

  1. Pertenencia — Esta dimensión está relacionada con nuestras relaciones con otras personas, y en particular con nuestras necesidades emocionales y aceptación. ¿Nos sentimos aceptados y valorados en nuestras relaciones por lo que somos? ¿Encontramos en nuestras interacciones con los demás un valor que no se puede medir con dinero ni con atributos superficiales? En otras palabras, ¿encontramos en nuestras relaciones la sensación de que nuestra vida tiene un valor incondicional para alguien y, por otro lado, le otorgamos ese valor desinteresado a la vida de otra persona?

  2. Propósito — Esto se refiere a lo que le da dirección a nuestras acciones. ¿Podemos encontrar un significado más profundo en lo que hacemos? ¿De qué manera nuestras acciones sirven a los demás y al mundo? Esta dimensión se puede entender desde una perspectiva existencial más amplia, como la sensación de un propósito elevado, una misión, una llamada, pero también como la habilidad de dar significado a las actividades cotidianas. ¿Podemos encontrar sentido en nuestro trabajo, en nuestras relaciones, en lo que hacemos a diario?

  3. Trascendencia — Es la capacidad de ir más allá de nosotros mismos, de nuestra cotidianidad, de nuestro ego. Es la sensación de participar en algo más grande, algo universal, el sentimiento de conexión con otros y con el mundo. Es la experiencia que nos proporciona el contacto con la naturaleza, el arte, la cultura o los rituales colectivos. Implica abandonar el hábito de concentrarnos en lo que está aquí y ahora y en nosotros mismos para experimentar la sensación de ser parte de un todo más grande.

  4. Narrativa — Se refiere a la historia que nos contamos a nosotros mismos, la reflexión sobre nuestra vida. Cada uno de nosotros crea una narrativa sobre su vida, experiencias, planes y elecciones. La forma en que nos relacionamos con la realidad depende de cómo la interpretamos, lo cual a su vez depende de nosotros mismos. Tenemos la capacidad de crear nuestra propia narrativa sobre lo que ocurre en nuestras vidas y reinterpretar esta historia para que sea coherente y significativa. La reflexión sobre nuestra historia puede ayudarnos a comprender nuestras necesidades y objetivos, y a establecer un rumbo en nuestra vida.

     Cada una de estas dimensiones se expresará de manera diferente en cada uno de nosotros y, como mencioné, puede tener diferente peso. No es necesario experimentar todas ellas al mismo tiempo, y su estructura puede variar según la etapa de la vida. Estas dimensiones también nos ofrecen pautas sobre cómo podemos trabajar en ellas, dependiendo de cuál sea la más importante para nosotros o en la que sintamos carencias. Si necesitamos fortalecer nuestra sensación de pertenencia, vale la pena enfocarnos en cultivar relaciones valiosas con otras personas, lo que nos hará sentir aceptados y valorados. Podemos buscar oportunidades para conectar con personas de intereses similares o involucrarnos en actividades de organizaciones sociales, lo que nos permitirá sentir que nuestra vida tiene un mayor sentido.

     Si un aspecto importante para nosotros es el propósito, es recomendable comenzar por imaginar nuestros valores y objetivos en la vida. Podemos preguntarnos qué queremos lograr en la vida y qué valores queremos seguir. Gracias a esto, podemos establecer una dirección clara para nuestras acciones y concentrarnos en cumplir nuestros sueños.

     Las dimensiones de trascendencia y narrativa están más relacionadas con la parte espiritual e intelectual de la vida. Por lo tanto, para desarrollarlas en nuestras vidas, es útil buscar formas de alimentar nuestro espíritu y mente, por ejemplo, a través de la meditación, la reflexión sobre nuestra vida, la lectura de libros, los viajes o el contacto con el arte.

     Trabajar en las dimensiones del sentido de la vida es un proceso que requiere de nuestra reflexión constante, observación de nosotros mismos y apertura al cambio. Sin embargo, al lograr una mayor armonía entre las dimensiones, nuestra vida adquiere un sentido más profundo y nos permite disfrutarla con mayor satisfacción y alegría.