Sobre el estrés - parte 1

10.02.2023

 "El estrés" es una palabra bien conocida por todos y asociada invariablemente de forma negativa: el estrés eleva nuestra presión arterial, aumenta el nivel de cortisol, nos impide dormir, descansar, perder peso, concentrarnos, disfrutar de la vida, provoca enfermedades y problemas psicológicos. Si tan solo pudiéramos vivir sin estrés...

    Desafortunadamente, no es posible. Además, el estrés, hasta cierto punto, es necesario y gracias a él podemos desarrollarnos. El estrés no es sinónimo de enfermedad, pero en ciertas circunstancias puede llevar a graves consecuencias para la salud. ¿Qué factores influyen en si el estrés nos fortalece o, por el contrario, debilita nuestro organismo y nuestras capacidades de adaptación?

Primero que nada, vale la pena recurrir a la definición del estrés. En psicología y medicina, este término se utiliza para describir "el conjunto de reacciones fisiológicas y psicológicas de un individuo en situaciones donde la situación en la que se encuentra excede sus recursos". En otras palabras, es un desequilibrio entre las capacidades actuales de la persona y las demandas del entorno.

Vale la pena reflexionar sobre esta definición, ya que aporta muchos temas y no es tan obvia como podría parecer a simple vista. ¿Qué es una reacción fisiológica y psicológica? ¿Qué significan los recursos del individuo y, finalmente, cuál es la situación que provoca estrés?

Situación estresante

     Comencemos con lo que provoca el estrés. ¿Acaso cualquier evento difícil nos afectará por igual?

     Parece obvio — y efectivamente lo es — que los eventos que requieren cambios significativos en la vida y que amenazan nuestra seguridad física y psicológica serán los que nos impacten más. Estos incluyen situaciones extremas, como la guerra, la violencia, y los desastres naturales. Este tipo de experiencias pueden conducir al trastorno de estrés postraumático y a menudo requieren la ayuda de un especialista.

     Sin embargo, nuestra vida cotidiana nos presenta continuamente cambios o pérdidas con los que debemos lidiar. La muerte de un ser querido o una enfermedad prolongada, cambios en la vida personal (no solo negativos, el matrimonio o el nacimiento de un hijo también son factores estresantes) y en el ámbito laboral, exámenes, chequeos médicos y una interminable lista de infortunios y problemas cotidianos (tráfico, ruido) — todo esto afecta nuestro estado físico y psicológico.

     No obstante, no todo tiene el mismo impacto, y en lo que respecta a las reacciones físicas del organismo, no hay grandes diferencias entre la forma en que percibimos una situación y nuestra respuesta biológica. Sin embargo, existe una dependencia clara entre lo que un evento significa para nosotros y nuestro funcionamiento a nivel psicológico.

     Es importante subrayar que la situación en sí misma no determina nuestra reacción a nivel psicológico. Un evento o la falta de un evento no tiene tanto impacto como nuestra interpretación de la realidad. Si percibimos una situación como estresante, lo más probable es que así será para nosotros.

     La cantidad y acumulación de situaciones estresantes a lo largo de la vida también importan, especialmente si provocan la formación de mecanismos de defensa que, a su vez, aumentan la exposición de la persona a factores estresantes. Un ejemplo de este círculo vicioso podría ser una situación en la que un evento estresante (por ejemplo, la pérdida de un trabajo) lleva a recurrir a métodos ineficaces para manejar la situación (por ejemplo, el consumo de alcohol), lo que a su vez amplía el problema y el estrés asociado (la dificultad para encontrar un nuevo empleo y la dependencia del alcohol).

Reacción al estrés

    Lo que provoca el estrés depende, entonces, de nuestras experiencias y de cómo interpretamos lo que ocurre. Comenzando por la evaluación de la situación como amenazante o que supera nuestros recursos, se desencadena una cadena de reacciones en el organismo.

     Una situación percibida como una amenaza provoca una serie de cambios a nivel hormonal (entre otros, un aumento en la liberación de cortisol, adrenalina y noradrenalina) y nervioso, preparando a nuestro organismo para reaccionar con "lucha o huida". Estos incluyen: dilatación de las pupilas y las vías respiratorias, aumento del ritmo cardíaco, liberación de glucosa y ácidos grasos en la sangre, aumento de la coagulación de la sangre, constricción de los vasos sanguíneos en órganos internos y la piel, y dilatación en los músculos. Podemos sentir palpitaciones, mareos, dificultad para respirar, sudoración, dolores de estómago y tensión muscular. Estos cambios, cuando la situación estresante es breve, son reversibles y no deben causar daño a la salud; es un sistema normal de adaptación. Los problemas comienzan cuando la situación estresante se prolonga o cuando, incluso cuando pasa, la reacción del organismo se mantiene (no se regresa a la homeostasis). El desequilibrio bioquímico debilita la inmunidad del cuerpo, aumentando el riesgo de: infecciones, enfermedades del corazón, problemas gastrointestinales, resistencia a la insulina y diabetes, arteriosclerosis, problemas de sueño y muchos otros trastornos.

     Es importante destacar el impacto del estrés prolongado (o muy intenso) en el cerebro y las funciones cognitivas. Como demuestran los estudios y observaciones, el estrés no solo cambia el metabolismo del cerebro (alterando la secreción de hormonas y neurotransmisores), sino que provoca cambios estructurales en las áreas cerebrales más importantes, siendo el hipocampo y la amígdala las más relevantes. Sin entrar en detalles, estas estructuras son responsables de la memoria, la creación de recuerdos y las emociones. El estrés intenso puede dificultar la concentración, la retención y recuperación de información, provocar ansiedad y dificultar el acceso a procesos y estrategias cognitivas y emocionales que podrían ayudar a mitigar el nivel de estrés experimentado. Cuanto más tiempo persista este estado, más difícil será volver al equilibrio, a pesar del enorme potencial del cerebro para la recuperación. El estrés intenso y de larga duración aumenta el riesgo de aparición o recaídas de depresión, trastorno afectivo bipolar, psicosis y enfermedades neurodegenerativas.

     En resumen, una situación estresante es un desequilibrio en el organismo que puede llevar a efectos duraderos e irreversibles si se mantiene durante mucho tiempo. El estrés a corto plazo moviliza al organismo para la acción, mientras que el estrés prolongado disminuye su funcionamiento a muchos niveles.

Recursos del individuo

     No todos reaccionan a una situación similar de la misma manera. Un factor importante que modera la reacción es con qué recursos cuenta cada individuo.

     Además de las características estables de la personalidad, que pueden aumentar o disminuir la vulnerabilidad al estrés, incluyen, entre otras, las estrategias adquiridas a través de la experiencia y las formas de enfrentar situaciones difíciles, la forma de percibir tales situaciones, experiencias previas, el estado psicológico y físico actual, así como el apoyo del entorno.

     Entre las características de personalidad —más o menos estables a lo largo del tiempo— que protegen contra las consecuencias nocivas del estrés, podemos mencionar, por ejemplo, el optimismo, la resiliencia o el sentido de autoestima. Las personas menos propensas a las consecuencias negativas serán aquellas que:

     Perciben situaciones difíciles como un desafío; están dispuestas a involucrarse en todo tipo de tareas y no evitan dificultades; tienen un objetivo claro y sienten que pueden cumplirlo.


     Ven los desafíos como una oportunidad para su propio desarrollo.


     Toleran el estado de incertidumbre y ambigüedad.


     Tienen un alto sentido de autoeficacia.


     Estas características correlacionan con un enfoque más optimista, una mayor autoestima, un enfoque activo para resolver tareas y buscar maneras de mitigar los efectos negativos del estrés.

     Por otro lado, serán más propensas aquellas personas con personalidad ansiosa, evitativa, con una autoestima más baja y que perciben las situaciones desafiantes como una amenaza. Pueden evitar cualquier situación que exceda su "zona de confort", disminuyendo así las posibilidades de desarrollar métodos para enfrentar las dificultades en el futuro.

     Del mismo modo, las personas con una alta necesidad de control que reaccionan con ira ante obstáculos tienden a activar estrategias ineficaces y, a largo plazo, perjudiciales (abuso de alcohol y otras sustancias, comportamientos agresivos).

     La relación entre características de personalidad, patrones de pensamiento y comportamiento con la reacción al estrés es bastante compleja. Sin embargo, las conclusiones son optimistas: podemos influir activamente, a través de la experiencia y el desarrollo de nuestras competencias en este ámbito, en nuestra reacción al estrés.